Las estrellas se cayeron una por una, como un domino celestial. Fueron a parar a mi canasta. Las unas contra las otras se mordían pensando que la culpa era de las demás por haberse caído.
Yo, desnuda y con mi reducido tamaño miraba al frente. Mientras sujetaba con firmeza a la luna, con un hilo de oro, del mismo que están hecho las estrellas. La sujetaba para que no se escapara, para que fuera siempre de noche. Ya que el sol consiguió fugarse de mis sueños de niña. Me gustaba la noche, me sigue gustando, dibujarla me enfadaba. Dormirla y mirarla y cuidarla me gusta.
Eso fue lo que sucedió, dibuje un cielo rabioso y lo fulminé de negro, por eso se cayeron todas las estrellas. La luna de tanto esperar se lleno de agua y se ahogó un poco, por el cordoncillo de oro que la ataba a mi.
Yo miro al frente y hacía arriba, veo la luna bien atada y sigo esperando a que NO se vaya.
A veces echo de menos al sol, a veces pienso soltar a la luna y que vuele de nuevo lejos de mi.
Cuando lo haga , habré crecido y habré comprendido que la luna vuelve a mi cada mes, vuelve a mi cuando es libre. Entenderé que de nada sirven las ataduras aunque sean de oro. Entenderé tantas cosas cuando crezca de verdad.
Cuando me haga adulta de la mano de mi niña interior.
Y entonces, además,saldrá el sol.
L.G-A.V.